La doble excepcionalidad es una lucha de fuerzas dispares y antagónicas. Por un lado, la oportunidad de una inteligencia excepcional y por otro, las habilidades de un cerebro revolucionado y centrado en miles de estímulos a la vez.
Imaginemos una persona con TDAH, el trastorno neurobiológico más común, caracterizado por la presencia de síntomas de inatención, impulsividad e hiperactividad que se pueden traducir en inquietud, nerviosismo, dificultad para esperar o para inhibir estímulos irrelevantes o conductas irreflexivas, entre otras manifestaciones. Un trastorno difícil de diagnosticar en adultos, con relativamente pocos años de estudio a sus espaldas, y que siempre viaja rodeado de una polémica alimentada por falsos mitos, negacionismo y estigmas de toda clase.
Imaginemos ahora una persona con altas capacidades (AACC) es decir, una persona con una inteligencia muy superior a la media, con un gran potencial, con una forma de aprender y de sentir diferente y con un desarrollo asincrónico.
No hay duda de que ambas son dos condiciones complejas por separado. Ahora imaginemos que confluyen en la misma persona, es decir, alguien que presenta TDAH y además altas capacidades. El resultado es la doble excepcionalidad. Por lo tanto, podemos decir que las personas doblemente excepcionales son aquellas que presentan altas capacidades intelectuales y creativas de forma simultánea con uno o varios trastornos limitantes, como por ejemplo el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el trastorno del espectro del autismo (TEA) o dificultades de aprendizaje (dislexia, disgrafía, discalculia, etc.).
Si ya resulta difícil el diagnóstico por separado de cada una de estas condiciones, la detección de la doble excepcionalidad lo es aún más. Y esto es así por la escasez de información que existe al respecto, por su especial sintomatología, porque existen pocos profesionales capaces de identificarla, lo que nos da un error de diagnóstico o la falta del mismo, o porque una excepcionalidad solapa a la otra por lo que, en el mejor de los casos, una persona solo es diagnosticada o bien de su dotación intelectual, o bien de su dificultad de aprendizaje, con lo que no es tratado debidamente.
Lo más curioso es que la doble excepcionalidad no es la suma de dos condiciones complejas y paradójicas, sino que la suma de ambas es algo completamente distinto. Sin duda, la mejor forma de explicarlo es con la “metáfora del verde”, un concepto creado por Susan Baum, que relaciona la doble excepcionalidad con dos colores.