Tecnología con sentido (común) en la Administración

En la Administración somos especialistas en dejar que nos coman los plazos. Es el eterno debate de lo urgente versus lo importante, donde gana siempre la supuesta urgencia que nos abruma y consume todo nuestro tiempo, impidiéndonos, supuestamente, abordar los proyectos de mejora organizativa y funcional que, de tener implantados, nos permitirían cumplir todos los plazos con suficiencia, mejorando al mismo tiempo la calidad del servicio.

Sin ánimo de recordar, por enésima vez, los deberes pendientes en materia de administración electrónica, sí son fueron significativos, al menos, tres o cuatro despistes históricos:

• La ley de acceso electrónico de los ciudadanos a los servicios públicos estuvo en vigor ocho años (2007-2015) sin ser cumplida salvo honrosas y muy contadas excepciones. Durante esos años, las personas ya tenían reconocidos sus derechos electrónicos, pero seguían condenadas a guardar la cola frente a la ventanilla y a “volver mañana”.
• Los Esquemas Nacionales de Seguridad e Interoperabilidad se crearon precisamente en dicha ley (2007), siendo desarrollados reglamentariamente en 2010 y entrando completamente en vigor en enero de 2014. Su incumplimiento ha sido flagrante y repetido. Sólo en materia de seguridad y ciberseguridad, dicho incumplimiento ha tenido consecuencias catastróficas.
• Las Leyes 39 y 40 de 2015 establecen un funcionamiento electrónico de las Administraciones Públicas, al menos a nivel de trámites y documentos. Llegó la pandemia en 2020 y no estábamos preparados, nuevamente salvo excepciones, para teletrabajar y teletramitar, algo que debería causarnos sonrojo porque tanto la normativa como la tecnología existían desde hace muchos años. Nuevamente hubo consecuencias.
• Mientras ocurría todo lo anterior dentro de la burbuja administrativa, en el exterior el mundo ha cambiado, produciéndose numerosos acontecimientos en los últimos años, algunos terribles (guerras, catástrofes naturales, la propia pandemia) y otros esperanzadores, como la explosión definitiva de tecnologías de última generación, tales como la Inteligencia Artificial, la nanotecnología o la computación cuántica. La Administración, por supuesto, ni que decir tiene que permanece ajena a esos cambios, una vez más con alguna excepción que como vamos a ver no siempre es positiva. Es el peor de los casos, comete el error de querer afrontar las citadas desgracias con los medios de antaño.

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