¿Un curso sin pantallas?

"¿Un curso sin pantallas?" artículo de Ricard Martínez Martínez en la sección "Ojo al Dato" de la edición de septiembre de 2025 de la Revista Tecnología y Sentido Común TYSC a Revista Líder de Audiencia de la Alta Dirección y los Profesionales en Gestión de Proyectos, Servicios, Procesos, Riesgos y por supuesto Gobierno de Tecnologías de la Información

Leer el informe sobre creación de entornos digitales seguros para la infancia y la juventud que realizamos en el Comité de Expertos del Ministerio de Juventud e Infancia resulta sencillamente devastador. Si prefieren una lectura en un formato más amigable, pero igualmente estremecedora, les recomiendo “La generación ansiosa” de Jonathan Haidt. Me temo que llegarán a la misma conclusión: desde la aparición de redes sociales y su confluencia con los smartphones hemos causado graves daños psicológicos a nuestros niños, niñas y adolescentes. Si, el tiempo verbal es correcto “nosotros”, ustedes y yo. Porque no lo duden ni un segundo, las redes sociales y la economía de las emociones digitales se limitan a ofrecer un producto que libremente usan todos.

Es posible que no hayan caído en la cuenta de un hecho por lo demás obvio: nadie les amenazó con un arma para registrarse en una red social. ¿No es así? Es más, ¿recuerda haber leído en alguna cláusula legal que se les reconozca la condición de cliente o consumidor? Lo cierto que es que son usuarios de un servicio que amablemente se les ofrece gratis y recuerden que deben consentir expresamente en ser perfilados o “pagar”, -aunque sigan sin ser consumidores-, no por malevolencia del oferente sino “por que obligan las leyes de su país”. Tampoco nadie les obliga a estar todo el tiempo visionando videos estúpidos por no más de diez segundos, o a sentir mariposas en el estómago cuando hacen una publicación soñando con los like y con ser tendencia.

El proveedor tampoco es responsable de que haya sujetos que se conviertan en influencers consagrando el pensamiento débil y la estupidez. Y mucho menos de promover a aquellas personas que son agresivas, que desprecian a los demás con su superioridad o con un sexto sentido para remar a favor de corriente. De esos los hay por decenas y algunos incluso pasan por ser reputados expertos en sus áreas. En el fondo, a estas alturas ya debería haber aprendido que en el ocio en pantalla, y para mi pavor esto alcanza cada día más a la libertad de expresión, no somos sujetos sino el objeto del negocio, la carne cruda que alimenta el sistema, los siervos digitales.

¿Recuerdan que el tabaco no era una droga? Era una venerable hierba con propiedades curativas que se podía vender a los menores. Esto y mucho más. El hombre de Marlboro era un recio, fornido y atractivo trabajador casi tan interesante como el aventurero de Camel o esa sensación patria de libertad en velero del Fortuna. No, no se trata de algo distinto. Se trata de lo mismo. Una industria de la dependencia que únicamente se ajusta a la coerción de las multas salvajes y de las demandas millonarias se ha promovido varias generaciones de individuos dependientes, asociales y con un alto riesgo de depresión.

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