Una nueva administración de la mano de la nueva vieja guardia

En pleno debate sobre el relevo generacional en la Administración, quizá deberíamos poner más el foco en la numerosa generación intermedia compuesta por las personas que ni se jubilan (aún no), ni tampoco están estudiando oposiciones para ingresar en el empleo público porque de hecho ya son empleados públicos.

Esta es una generación que ni remotamente debemos dar por perdida, ya que sería un error dejar en unas manos inexpertas el peso de los proyectos de transformación digital de la Administración, por mucho que los jóvenes estén más familiarizados, y teóricamente más formados, en el uso de las nuevas tecnologías. Pero un proyecto de transformación digital tiene más de proyecto que de digital, y tiene más de transformación que de cualquiera de las otras dos. Así las cosas, el impulso estratégico de un plan transversal y multidisciplinar requiere de experiencia, liderazgo, perspectiva y determinación; mientras que transformar una organización no es exactamente hacerla más tecnológica, sino propiciar el cambio cultural, una labor para la que se precisan asimismo una buena cantidad (y calidad) de las llamadas “habilidades blandas” por parte de los propios impulsores (habilidades en comunicación y negociación, empatía, trabajo en equipo, etc…) para impulsar otras tantas habilidades blandas en el resto de la plantilla, unas habilidades por desgracia escasas en la mayoría de organizaciones. Y todo ello con la ética y la vocación de servicio público como hilos conductores. Servicio público es servicio al público. Un “funcionario” funciona, no está mal; pero un “servidor público” sirve a la ciudadanía. Mucho mejor, ya que existimos por y para ellos. Aptitud y actitud. Todas estas cosas se entienden mejor desde una cierta madurez.

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