Y bueno, pues, un día más… Empiezo una nueva singladura en estas páginas para compartir con los lectores lo bueno, lo feo y lo malo de quienes inventan y adoptan nuevas tecnologías de la información.
Soy profesor de ética y tecnología de la Universidad de Georgetown, georgetown.edu, en Washington, DC, la misma en la que obtuve mi doctorado hace unos años. Además, soy jefe de ciberseguridad de la Universidad de Drexel, drexel.edu, en Filadelfia y miembro del consejo directivo del Centro de Política Digital de Inteligencia Artificial, caidp.org. Soy miembro activo del Concilio Ejecutivo Hispano de Tecnología de la Información, hitecglobal.org, y del Centro de Privacidad de la Información Electrónica, epic.org. Estas actividades profesionales me fuerzan a estar al tanto de los retos éticos y profesionales de las tecnologías de la información.
Madrileño de nacimiento, resido en el estado de Virginia, en las afueras de Washington, DC, así que me otorgo también el papel de corresponsal bélico del sector tecnológico en Estados Unidos. Esto explica el título en inglés de esta sección. Escribo estas líneas desde el valle del silicio, en Santa Clara, California, donde hoy visito el cuartel general de una empresa multinacional con la que hago negocios a menudo. Percibo los aparcamientos vacíos y las oficinas desiertas porque los trabajadores ya no quieren pasar su vida en una oficina, incluso estando rodeados de sofás para siestas, mesas de ping-pong, futbolines, máquinas de café sofisticadas, grifos de cerveza artesanal, comida gourmet, masajes y actividades deportivas.
Abordaré mensualmente temas como la deontología y los códigos éticos profesionales, la privacidad, la seguridad de la información y quienes la atacan y defienden, las batallas de propiedad intelectual, la gobernanza de internet, los algoritmos éticos y los patéticos, el camino por recorrer en diversidad e inclusividad, los efectos de la transformación digital en trabajadores y clientes, y los retos sociales y profesionales de las tecnologías emergentes: realidad virtual, meta-universos, criptomonedas, inteligencia artificial, computación cuántica, etc.
In vino veritas. Como el buen vino con el tiempo, quienes nos dedicamos a la tecnología maduramos en nuestra praxis profesional. Al principio, nos preocupan sobre todo los desafíos tecnológicos: resolver problemas, mejorar procesos y aportar soluciones. Estudiamos con curiosidad y avidez los nuevos procesadores, ordenadores, redes, plataformas y programas informáticos.
Con más tiempo y por motivos económicos, exploramos también cómo generar valor y mejorar la productividad con algoritmos y máquinas. Nos interesan los nuevos productos y servicios, las cuotas de mercado, los resultados financieros, los grandes contratos, los emprendedores y la innovación empresarial. Nos hubiera gustado invertir en las startups que han triunfado y admiramos a quienes las crearon.
Finalmente, nuestras conciencias despiertan y nos preguntamos si realmente la industria tecnológica beneficia tanto a la sociedad como pudiera. Leemos con preocupación como algunas empresas y sus directivos abusan de la confianza y de los datos de sus usuarios. Fruncimos el ceño cuando observamos la adicción a la tecnología, la que causa accidentes al conducir y mirar un teléfono móvil, la que hace que niños y adolescentes vivan más en la pantalla que con otras personas. Nos escandalizamos cuando la prensa especializada revela cómo algoritmos malintencionados castigan a los más desfavorecidos en las finanzas, los trabajos, lo penal, la educación y las relaciones sociales. Protestamos entre dientes cuando los regímenes autoritarios espían a periodistas y activistas sin control judicial.
Y de pronto, un día cualquiera nos toca a nosotros. En nuestra vida profesional observamos que un proyecto en el que participamos parece moralmente dudoso. Nos sentimos incómodos. Dudamos. ¿Qué debemos hacer? ¿Consultamos con nuestros colegas, preguntamos a nuestros superiores, informamos a las autoridades, filtramos la información a los medios, nos hacemos activistas, aconsejamos a familiares y amigos, o simplemente callamos?
Estados Unidos es un país enamorado de las armas de fuego. La segunda enmienda de nuestra admirada constitución establece el derecho a tener y portar armas. Quienes defienden esta enmienda argumentan que las armas no matan personas, sino que las personas matan a otras personas: guns don´t kill people, people kill people. Quienes no han madurado todavía al innovar y adoptar tecnología, piensan de manera similar. Opinan que la tecnología es moralmente neutra. No lo es. Por diseño, por uso y por abuso, la tecnología tiene consecuencias morales. With great power comes great responsibility, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Este antiguo adagio sobre la espada de Damocles, popularizado por Spider-Man, define la obligación deontológica de quienes nos dedicamos a la tecnología. Alea iacta est. La suerte está echada.
El Dr. Pablo Molina es el VicePresidente Asociado y Chief Information Security Officer de Drexel University en Philadelphia. Es profesor en Georgetown University de ética y gestión tecnológica y de seguridad informática en la Universidad Rey Juan Carlos. Es Director Ejecutivo de la Asociación Internacional de Etica y Tecnología Aplicada. Es miembro del consejo directivo del Centro de Política Digital de Inteligencia Artificial. De joven, fundó una empresa de tecnología en Madrid, donde fue editor jefe de revistas informáticas, escribió varios libros sobre tecnología, y fue profesor de la Escuela de Hacienda Pública.
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