
Desde el lanzamiento del Sputnik 1 el 4 de octubre de 1957, la humanidad no solo ha conquistado el espacio, sino que ha tejido una red de dependencia a su alrededor. Hoy, los satélites son los encargados de las comunicaciones transoceánicas, la vigilancia del medio ambiente y el sostenimiento de los sistemas PNT (Positioning, Navigation, and Timing), que son la base del funcionamiento de nuestras sociedades, desde el GPS hasta las transacciones financieras.
A lo largo de todas las publicaciones de esta sección, hemos venido advirtiendo que estos activos orbitales se están convirtiendo en un eslabón crítico y frágil dentro de la cadena de seguridad mundial. La OTAN no solo comparte esta apreciación, sino que la ha formalizado y elevado a la categoría de alerta estratégica con la publicación de su documento Cybersecurity of NATO’s Space-based Strategic Assets. La alianza atlántica reconoce así lo que los expertos señalan desde hace años: el espacio es un dominio operativo más, tan crucial y conflictivo como el terrestre, el marítimo o el cibernético.
La cruda realidad es que muchos de los sistemas militares estratégicos dependen, en gran medida, de activos basados en el espacio para funciones de inteligencia, vigilancia, reconocimiento y mando y control. Y, sin embargo, persiste una brecha alarmante entre la dependencia y la protección. Aunque la concienciación va en aumento, las estaciones terrestres —los puntos de anclaje con la Tierra—, los complejos sistemas de mando y control, y el personal asociado a la gestión y operación de estas instalaciones, constituyen un vector de amenazas subestimado que demanda, con urgencia, protocolos más estrictos y controles de seguridad reforzados. Una lectura detenida del documento de la…