Me asombra la creciente preocupación por la supuesta falta de ética de los algoritmos, preocupaciones que parecen más basadas en influencias de la ciencia ficción que en la realidad. La inteligencia artificial (IA) es una herramienta poderosa, pero la “conciencia artificial” aún no ha sido alcanzada y no deberíamos temer las supuestas malas intenciones de una máquina que carece de intenciones.
Por el contrario, su carácter instrumental nos puede ayudar, y mucho. De hecho ya lo hace. La IA ya juega un papel importante, especialmente en grandes organizaciones que manejan enormes volúmenes de datos. La automatización facilita el procesamiento, medición y análisis de estos datos, ayudando a tomar decisiones más objetivas y fundamentadas. La Administración se rige por los principios de objetividad, eficacia y eficiencia, donde los algoritmos encajan como anillo al dedo. Sin embargo, es crucial recordar que los algoritmos, aunque aportan valiosos elementos de juicio, no toman ni pueden tomar decisiones finales en asuntos críticos sin supervisión humana.
Las decisiones importantes siempre tienen algún grado de supervisión o verificación humana para asegurar su legitimidad. En realidad ya lo dice la ley: en la Administración, las decisiones las toma “el órgano competente”, y este siempre está compuesto por una o varias personas.
Por otra parte, la efectividad de los algoritmos depende en gran medida de su correcta programación, y en este sentido resulta esencial configurar estos sistemas incorporando los principios de legalidad y ética de forma que estén integrados desde el diseño.