No es la primera vez en esta sección que nos adentramos en el mundo de la inteligencia artificial (IA), pero creemos que es un buen momento, a la vista de los últimos acontecimientos, para reflexionar juntos sobre el impacto que puede tener la IA en nuestra sociedad.
En primer lugar, nos gustaría señalar los grandes retos relacionados con la forma en la que se obtienen los resultados que alimentan actualmente a la tecnología que denominamos IA: los sesgos que pueden tener los algoritmos en los que se basa, la privacidad de los datos que manejan estos algoritmos y la evaluación de la calidad de los resultados (que lleva aparejada la explicabilidad o trazabilidad de estos).
En segundo lugar encontramos los retos relacionados con el fondo, es decir, su aplicación a las diferentes áreas de conocimiento o sectores. Estos retos son fundamentalmente de carácter ético: la toma de decisiones frente a un siniestro en la conducción autónoma, la recomendación de un determinado tratamiento médico para un paciente, o la utilización de estas herramientas en una ciberguerra para generar ciberataques o desinformación que pueda generar una reacción social o dañar la reputación de personas, organismos o países.
Sin ánimo de profundizar demasiado en el riesgo de desinformación, según expertos en IA como Nina Schick, el 90% del contenido online en 2025 será generado mediante inteligencia artificial y los deepfakes (básicamente vídeos falsos de personas reales) son una amenaza tan real a corto plazo que hasta Europol analiza en un informe los riesgos al respecto.
Todo apunta además a que el uso de la IA va a generar una nueva revolución industrial que, a diferencia de las anteriores, afectará mucho más a los puestos de trabajo de oficina (los trabajadores de “cuello blanco” que diría Upton Sinclair) que a los puestos de trabajo con tareas más manuales o mecánicas (trabajadores de “cuello azul”), con el agravante de que estos puestos de trabajo de cuello blanco también fueron los más afectados por la crisis generada durante la pandemia.
Sin embargo lo más probable es que, como en las anteriores revoluciones, aunque se destruirán muchos puestos de trabajo, se crearán muchos otros de perfiles nuevos y, para atenderlos, la fuerza laboral que ahora mismo se está formando en escuelas y universidades debe estar adecuadamente preparada. Habilidades como el pensamiento crítico, la creatividad y la curiosidad, la inteligencia social y emocional, las habilidades digitales (o coeficiente tecnológico), la ética y el pensamiento transversal podrían ser las cualidades más buscadas en los trabajadores del futuro.
Resulta por tanto necesario un adecuado gobierno del dato y un pacto social: el gobierno del dato puede asegurar que el dato sea utilizado para sostener y extender la estrategia de la organización con todas las medidas de seguridad y privacidad necesarias y gestionando su ciclo de vida. El pacto social ofrecería garantías a los ciudadanos sobre el uso ético y razonable de la inteligencia artificial basada en sus datos beneficiando a los ciudadanos y evitando su uso, por ejemplo, para penalizarles en caso de acceder a determinados servicios o bien realizar una extorsión o cualquier tipo de engaño con ellos.
Licenciado en Informática y Doctor Cum Laude en Organización de Empresas por la Universidad Politécnica de Valencia. Con acreditación en Gestión de Datos para Investigación Clínica por la Universidad de Vanderbilt, ha sido profesor de marketing digital, big data e inteligencia de negocio, y ahora es profesor de Organización de Empresas en la Universidad Politécnica de Valencia. Miembro de la Junta Directiva de la Asociación Valenciana de Informáticos de Sanidad (AVISA), auditor CISA, CGEIT y profesional certificado en ITIL, COBIT 5 y PRINCE 2. Con casi 20 años de experiencia en el sector de la salud, ha dirigido proyectos de interoperabilidad, seguridad y big data, y actualmente es directivo en una importante multinacional de soluciones de TI para el sector de la salud.
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