A todos nos toca lidiar en algún momento de nuestra vida con personas intransigentes, esas que se aferran por norma a su propio punto de vista y son incapaces de escuchar o tener en cuenta a los demás.
La intransigencia llevada al extremo, como casi todo en la vida, es dañina. Las personas intransigentes toman decisiones más extremas, tienen muy poco margen para considerar las opiniones ajenas o para modificar sus propias ideas porque normalmente solo prestan atención a aquella información que confirma lo que creen.
Resulta muy complicado convivir o trabajar con ellas. Fácilmente te hacen perder la calma porque confrontarán todo lo que les digas. Por norma, su rigidez les impide tener en cuenta opiniones y puntos de vista que difieren de los que sostienen en un principio y permanecen inalterables en sus opiniones o conductas, aun cuando la evidencia o los hechos demuestran que es conveniente orientarse en otra dirección.
Las personas que tienen convicciones morales más fuertes y actitudes más radicales o extremas sobre un tema en particular son más agresivas al negociar; la convicción moral activa una mentalidad que dificulta ofrecer concesiones, lo cual dificulta enormemente la evolución de las negociaciones y propicia que estas resulten fallidas.
La persona intransigente está convencida de que su punto de vista es justo, razonable o verdadero, por eso no cede ni un milímetro; y además, desde ese convencimiento, se sienten en una posición de superioridad moral.
Aparte de la antipatía que generan, la principal consecuencia de esa actitud intransigente es que a menudo dinamita los puentes del entendimiento y aboca a una confrontación directa, una batalla en la que hay un vencedor y un vencido. En la vida cotidiana, suele ser mucho más inteligente y asertivo flexibilizar posturas y llegar a acuerdos.
La intransigencia y la soberbia te llevarán muy lejos de las personas que amas
En su justa medida
No obstante, tampoco se debe demonizar la intransigencia. Hay ocasiones en las que no debemos transigir, por ejemplo para exigir que se nos trate con respeto y dignidad. Pero también debemos ser conscientes de que las situaciones en las que debemos ser intransigentes no son tantas como nuestro ego nos hace creer.
Todos tenemos pleno derecho a mostrarnos intransigentes ante determinados situaciones o comportamientos; de hecho, hacerlo con respeto y de forma asertiva forma parte del repertorio más básico de nuestras habilidades sociales.
Arma de doble filo
La intransigencia no siempre surge de creencias sólidas y convicciones férreas, como nos gusta pensar, a veces es más bien la respuesta de un ego que se siente atacado y quiere defenderse. Como se necesita más seguridad y confianza en uno mismo para abrirse a un debate constructivo que para cortar la comunicación, la intransigencia puede ser la expresión de un miedo a descubrir que nuestras creencias, valores e ideas no son tan sólidos como pensábamos.
Desde esta perspectiva la intransigencia es un arma de doble filo: Por una parte aferrarnos a nuestras ideas, creencias y estereotipos nos brinda una sensación de seguridad que nos supone una especie de escudo para proteger un ego que se siente amenazado cuando nuestro criterio es cuestionado, pero por otra parte nos cierra al aprendizaje, nos dificulta la adaptación, y deteriora nuestras relaciones sociales.
Como sobrevivir a la intransigencia
Para lidiar en el día a día con una persona intransigente hace falta paciencia, serenidad, y el equilibrio mental del que ellos carecen. Si perdemos los nervios entramos de pleno en el terreno del intransigente y ahí tendremos todas las de perder.
Debemos ser extraordinariamente respetuosos en todo momento. No olvidemos que su comportamiento está motivado por su ego, por eso siempre están alerta y son muy susceptibles a los comentarios o comportamientos de los demás. Tienden a interpretar cualquier cosa como una amenaza a la propia dignidad.
Por eso, independientemente de cómo se esté comportando él, es esencial que no perdamos los papeles y nos mostremos absolutamente respetuosos para que ese ese ego “sin domesticar” no se sienta provocado o atacado.
En general solemos adquirir y desarrollar habilidades para sobrevivir en todo tipo de “fauna” comportamental y esta no tiene por qué ser una excepción. Solo cuando las dos personas son de carácter intransigente se torna imposible la convivencia porque, si hay algo que un soberbio no puede soportar es a otro soberbio.
Coach Ejecutivo especializado en habilidades de comunicación y liderazgo. Certificado como PCC (Professional Certified Coach) por la ICF (International Coach Federation). Diplomado en Ciencias Empresariales. Máster en Finanzas por la Universidad de Valencia. Postgrado en Oratoria y Discurso por la Universidad Rey Juan Carlos. Tiene una experiencia de más de 30 años dirigiendo equipos en el sector de la banca, y otros 6 años formando y mentorizando a nuevos directores de sucursales. Es formador de Habilidades Directivas y de Gestión de Conflictos, en dos escuelas de negocios.
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